26 años de Patrimonio de la Humanidad: cuando proteger la ciudad también significa proteger a sus vecinos
Vivir en el corazón de Alcalá de Henares, Patrimonio de la Humanidad, debería ser un privilegio. Caminar cada día entre conventos, murallas y plazas centenarias es un regalo que quienes habitamos el casco histórico hemos sabido valorar durante décadas. Pero ese privilegio se ha convertido en una carrera de resistencia: un esfuerzo constante por poder descansar, movernos, comprar lo básico o, simplemente, vivir con normalidad.
Celebramos 26 años desde que la UNESCO reconoció la singularidad de nuestra ciudad. Y, con motivo de este aniversario, es necesario decir algo sin rodeos: cuidar el patrimonio no es solo restaurar fachadas o atraer visitantes; es también garantizar que el centro siga siendo un barrio habitado, con vida cotidiana, con un vecindario que lo sostenga y le dé sentido.
El centro ya no es un barrio: es un escenario
Quienes llevamos décadas aquí lo hemos visto cambiar. Hubo un tiempo en que el casco histórico era un barrio real, con el Mercado de Abastos lleno de vida, las tiendas de toda la vida en cada esquina y un entorno en el que la gente se conocía por su nombre. Las rehabilitaciones y la peatonalización mejoraron el entorno, sí, pero la balanza se ha inclinado demasiado hacia un turismo y un ocio que lo ocupan todo y dejan cada vez menos espacio para quienes lo vivimos día a día.
Hoy el centro se ha convertido en un decorado de postal: un lugar donde los visitantes disfrutan… mientras las vecinas y vecinos tratamos de sobrevivir.
Un modelo turístico que nos ahoga
- Más de 200 bares y terrazas que llenan nuestras calles y aceras.
- Conciertos hasta altas horas, festivales de música sin control de decibelios, mercados temáticos durante meses, ferias, eventos y procesiones que ocupan gran parte del año.
- Ocio nocturno sin control, con ruidos que superan los límites legales noche tras noche, incluyendo el “tardeo” en calles como Cerrajeros, Carmen Calzado, Ramón y Cajal, Bedel y Plaza de los Irlandeses.
- Coches dando vueltas sin parar en busca de aparcamiento, sin plazas disponibles.
- Tiendas de barrio en extinción, desplazadas por la hostelería, souvenirs y negocios orientados exclusivamente al visitante.
- El Mercado de Abastos agonizando, símbolo de un barrio que pierde sus raíces.
Todo esto aporta actividad económica, sí, pero también está expulsando, lenta pero inexorablemente, a quienes sostienen la vida auténtica del centro.
Sin vecinas y vecinos, no hay patrimonio que proteger
El turismo puede ser una oportunidad, pero nunca a costa de la convivencia. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible hablan claro: un modelo turístico que expulsa a sus residentes no es sostenible. Y hoy, en Alcalá, el equilibrio está roto.
Lo que defendemos no es nuevo ni radical. Es simple sentido común:
- Regular el número y horario de eventos en el centro para devolver el descanso vecinal.
- Controlar el ruido con sanciones reales para quien incumpla.
- Descentralizar el ocio hacia otros barrios de la ciudad.
- Recuperar servicios básicos y comercio de proximidad que dé vida al casco histórico.
- Garantizar alternativas de movilidad y aparcamiento para los residentes.
- Escuchar a quienes viven aquí, no solo a quienes nos visitan.
El centro es de todos… pero sobre todo de quienes lo habitan
A quienes vienen desde otros barrios a pasear, tapear o disfrutar de un concierto: sois bienvenidos. Pero recordad que estas calles son el hogar de miles de personas que necesitan dormir, moverse y vivir como en cualquier barrio.
A las instituciones les pedimos valentía. No podemos seguir creciendo solo como escaparate turístico mientras el barrio pierde a quienes le dan alma.
Al vecindario, le pedimos unidad. Defender nuestra calidad de vida no es oponerse al progreso: es proteger el corazón vivo del patrimonio.
26 años después, toca defender lo esencial
Porque el patrimonio no son solo las piedras, ni los conventos, ni los patios cervantinos. El verdadero patrimonio de Alcalá son las personas que aún llenan estas calles de vida, que saludan desde los balcones, que llevan generaciones cuidando este lugar.
Si dejamos que el vecindario desaparezca, el casco histórico perderá aquello que lo hizo merecedor del título de Patrimonio de la Humanidad: su autenticidad.
En este aniversario, celebremos no solo la belleza de Alcalá, sino también el compromiso de quienes aún resistimos para que siga siendo un barrio vivo, habitable y orgulloso de sí mismo.